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COMPRENDIENDO LOS CONTENIDOS POLÍTICOS


 Comunicación,  Política y Psicoanálisis

 

Por: Eduardo Catalán

 

 

Un bien maquinado discurso puede  ser la carta del  triunfo de un candidato. Sin embargo, esta  soflama  – que pronuncia  lo que un grupo de poder quiere o debe decir;  tanto como lo que sus bases desean o deben oir –  es generalmente producto del trabajo de  un equipo experto en la construcción de contenidos.  Escritores “fantasma”, que  expresan palabra por palabra lo que un candidato  no siempre es capaz  de llegar a decir.  

 

Para que esta fórmula sea eficaz dentro  del contexto de una realidad determinada o en el desarrollo de una  campaña política específica, es necesario  ceñirse al rigor de procedimientos preestablecidos, mediante un encadenamiento  fragmentado de eufemismos, expresamente calculados  a las expectativas del elector objetivo,  para que consciente o inconscientemente, apelen en función de la realización ideal de sus más profundos deseos  individuales y de grupo. De tal manera que,  se  pueda influir tanto en la aceptación como en el rechazo, aparentemente voluntario del  electorado.  Así como también,  condicionar la preferencia del voto hacia los intereses y actividades propuestas por los diversos grupos de poder,  cuyo éxito,  tal y cómo lo plantean, no sólo está al alcance de todos, sino que está sujeto a los interese personales del votante.

 

Una alocución política puede producir en el auditorio todo el efecto que se espera cause. Sin embargo, esto no significa que la sensación de aceptación, simpatía o rechazo que queda en pulsión luego de un discurso político, deba ser realmente puesta en práctica. No sólo porque entraría en conflicto con la realidad que se palpa – ya que – los discursos están estratégicamente estructurados para que funcionen en un ámbito ideal; sino porque  también –  pese a que en las urnas muchas personas  voten  en contra de sus intereses – no es fácil que se pueda disuadirnos de lo que pensamos. Lo que sí pueden hacer este tipo de contenidos – en este sentido el electorado corre un alto riesgo – es desinformar, confundir, trastornar, enajenar, fanatizar o crear cualquier otro tipo de reacción contraproducente con respecto a la apreciación de la realidad del votante.

 

“… Identificación, mimetismo, reconocimiento, simpatías, afinidades, intereses creados, frustraciones, competencia, antagonismos, y cualquier otro fin ulterior alojado en el complicado universo individual del raciocinio, son los elementos a los que recurren quienes elaboran contenidos para influir en los juicios de valor. Los prejuicios, los condicionamientos psicológicos, las diferencias de clase, las económicas, las políticas, las ideológicas, las religiosas, las culturales y las distancias geográficas determinan las prioridades y el orden en que estos factores deben de actuar al momento de la dinámica del entendimiento.  Tampoco es del desconocimiento de los que construyen contenidos, la forma en la que el público responde. Por ello, sus estrategias están también elaboradas en función a estos mismos elementos. Es a este referente al  que comúnmente apelan los medios cuando afirman que su programación y contenido se basa de manera “exclusiva” en lo que la gente pide…”. *

 

Apelar al sentimiento de culpa es otro recurso comúnmente utilizado en los  discursos políticos.   El oído de la Clase Media está acostumbrado al lenguaje que dominan sus líderes para poder influirlos. Por ejemplo, un grupo de poder que representa a la clase media para  referirse al pueblo, asume siempre la actitud paternalista, resaltando la pesada carga que significa arrastrar con su pobreza, que al mismo tiempo representa una amenaza que se opone al desarrollo y  cuya intención de voto se inclina siempre por los candidatos más desacreditados. Comúnmente, se califica de absoluta ignorancia al pueblo por simpatizar con sus propios representantes.

 

Los mensajes dirigidos a las  clases medias cuentan con otra temática. Jamás se les denomina pueblo.  Más bien, se les trata como al grupo mayor informado que – por pertenecer a la PEA – sobrelleva peor carga que los pobres. Por tanto, no sólo comprenden la exuberancia de los costos de producción, sino también la oscura ecuación del enriquecimiento de sus patrones. Se les predica que la estabilidad laboral,  la seguridad social y la inversión estatal son un desperdicio del Tesoro Público. Lo mismo sucede con lo relacionado a la educación, a la vivienda y demás servicios. Nunca se ostenta  – como sucede durante el acontecer diario – acerca del estrato social, nivel económico y o grado de instrucción,  salvo que sirva como mecanismo de polarización o choque. Por otro lado, Los contenidos políticos a cerca de las clases privilegiadas, suelen ser confusos y poco reveladores. Solo se sabe que se constituyen en el patrón deseable para todas las demás clases.

 

 

Manipulación y Propaganda

 

 

El discurso político encuentra sus raíces en el pensamiento de los sofistas  – Anitos, Melitos y Licón -, de la Grecia Clásica. Conocidos también como los enemigos de Sócrates: espurios filósofos que lograron convencer  a la humanidad de entonces y en muchos casos hasta a la de nuestros días, que la Democracia consistía en aceptar el nepotismo, el esclavismo, la condición de clase por nacimiento, la elección de los  oligarcas por una minoría ilustrada y a la violencia como recurso para  lograrlo.  Por lo visto, se necesitaba  más que la razón – como la vida misma de Sócrates – para conseguir que este equívoco sea atribuido al resultado de la voluntad popular. Ni Aristóteles ni Pitágoras cuestionaron este Orden del Mundo. Ya que, provechoso, este argumento estuvo siempre dentro de la factualidad de la metafísica, el circo y la promesa de un porvenir mejor.

 

Digamos que para el caso y en cuestión de contenidos, incluyendo a La Revolución Francesa, el Orden del Mundo en su concepto clásico no varió mucho. No es sino hasta a partir del Siglo XIX, con el germinar del pensamiento crítico de los llamados filósofos de la sospecha, que las clases menos favorecidas recién empiezan a considerarse como otro grupo más de poder. Fueron los aportes de Marx, con  su análisis crítico socioeconómico de la historia;  los de Freud, con la psicocrítica y la toma de conciencia de la realidad; y los de Nietzsche, con la aceptación de la condición humana como punto de partida para superar el resentimiento y compasión social;  que sumado al éxito de la industria de la imprenta y a la exigencia de cierto nivel de educación para la difusión del catecismo y la necesaria alfabetización  en las fábricas;  lo que finalmente,  determinó el despertar del entendimiento y raciocinio popular. Para quienes detentaban el poder, si bien esta circunstancia significó una grande amenaza; el arma  enemiga – por así decirlo-  en sus manos  resultó de mayor provecho. Porque al tiempo que se desacreditaba a Freud, con satisfacción  también se experimentaban nuevos resultados de sus teorías  aplicadas al comportamiento de las masas.  Sobre esta misma base, también se consolidaron otras escuelas ´del comportamiento y credos – fundamentados en la sumisión, obediencia y resignación – muy ajustados para el control de las clases populares.  Por tanto, era de esperarse que, la victoria de los contenidos, se incline hacia el eje del espectro político que monopolizaba la industria del papel impreso.

 

Al tiempo que Freud y Einstein – preocupados por las causas y secuelas de la Gran Guerra – se carteaban disertando acerca de la maldad en la Naturaleza  Humana;  su sobrino, discípulo y asistente,  Eduard Barneys, le robaba sus manuscritos conteniendo sus teorías psicoanalíticas y cruzaba el océano Atlántico rumbo a Estados Unidos donde  – con todo lo plagiado -, se le conocería como el inventor de la Propaganda y fundador de la  Escuela Científica de las Relaciones Públicas.  Según él mismo declarara más tarde,  su aporte estuvo en fundir la Democracia con el consumo de productos manufacturados, mediante el control de la psique de las masas sin que estas se percaten. Uno de sus primeros logros fue que la American Tobacco Company  consiga  que las mujeres fumasen, asociando este tipo de consumo con el Derecho de las Libertades Femeninas.

 

Pero no fue sino hasta Goebbels, que se comprobó los alcances  que podía llegar a tener un bien manipulado discurso político. Goebbels fue otro que aplicó planteamientos Freudianos  para desarrollar sus  inhumanas teorías de Propaganda Política. Luego de que los aliados tomaran Berlín, la Inteligencia Americana, en su afán por descubrir el fenómeno  ocurrido con el pueblo alemán – sin ocultar su admiración por Goebbels –   puso en práctica, de acuerdo a sus intereses, los once principios de manipulación que éste había desarrollado con tanto éxito.**  Con el devenir del tiempo, si bien se ha condenado su antisemitismo y cuestionado su salud mental, las estrategias de Goebbels – en el ámbito de la persuasión y dominio – han cobrado un peligroso carácter de cientificidad debido a la efectiva respuesta obtenida por parte del Marketing y la Publicidad.

 

 

La Propuesta Política y el Interés Ciudadano

 

 

La Teoría Política del Estado se ocupa de encontrar la fórmula adecuada para lograr la concordia y armonía entre el Derecho Público y las atribuciones competentes del Estado: Infra estructura, desarrollo y servicios.  Se dice que un Estado es soberano cuando en la toma de decisiones  no se encuentra influido por ningún interés externo o privado. Es una obligación de los gobernantes velar por el bienestar popular; tanto como por el desarrollo económico y de servicios. Lo que quiere decir que, las necesidades públicas y sociales, si bien pertenecen a un mismo interés no pueden ni deben condicionarse de acuerdo a las políticas de desarrollo que ejecuta el Estado dentro de un planteamiento de gobierno.  En otras palabras, el Estado debe garantizar a la Nación, por un lado,  Educación, Vivienda, Salud, Seguridad, Trabajo y sueldos dignos, así como una canasta familiar nutritiva al alcance de todos. Y por otro, también debe regular y fiscalizar la actividad pública y privada en función del desarrollo de políticas económicas que generen riqueza al alcance general.

 

Por tanto,  es un sofisma  justificar la desatención ciudadana en función de la inversión pública o privada. Los rubros que generan riqueza tanto en la inversión pública como la privada son exclusivamente del interés de quienes participan en esta actividad económica.  Extender este entusiasmo hacia el interés público es sólo un recurso político para crear expectativas de aprobación  o rechazo de acuerdo sean los intereses como grupo de poder. Rubros como la minería, la pesca, la industria agrícola etc. Puede – de acuerdo a los cuadros estadísticos –  enorgullecer o deprimir al ciudadano de a pie acerca de la posición del país con respecto a otros. Pero nada más. Es la misma euforia que  experimenta  la población durante una competencia deportiva.

 

Dicho esto, llegamos al punto en el que debemos establecer, ¿cuáles son nuestros intereses como pueblo y cuánto oímos al respecto en los contenidos políticos?

 

Lo paradójico del asunto es que no es mucho lo que un electorado desea o espera oír en una alocución política, se puede decir que sus expectativas son de una humildad extremada,  frente a las exigencias relacionadas con la inversión pública y privada.  La ciudadanía – que lo soporta todo –  aguarda con estoicismo el día que pueda oír de corrido que hay escuelas y parques para sus hijos, trabajo y sueldos dignos para mantenerlos y hospitales para curarlos. Igual que una canasta familiar nutritiva a su alcance. Tanto como una vivienda cómoda, salubre y lugares de esparcimiento donde socializar sin riesgos. Pero suele suceder que, la concesión de algunas de estas expectativas está siempre  condicionada con la realización de los intereses del grupo de poder que las otorga. Así mismo, es frecuente que, ciertos grupos de poder que cuentan con la mano amiga del crimen, inciten a la violencia callejera o provoquen  crisis, insurrecciones y descontento en zonas estratégicas, para luego negociar con la Seguridad  Ciudadana.

 

Por lo tanto,  no es casual que los discursos políticos cuyos contenidos apelan a confundir las Obligaciones Gubernamentales  con las del interés general, contengan siempre cargas manipuladoras. Cómo  tampoco lo es que pertenezcan a los grupos de poder mejor equipados para la contienda política y que además, manejen siempre contenidos que apelan al continuismo y al aguante.   Tal y como lo plantea Vicente Romano:   “… Los diseñadores y promotores de esta cultura dedican cantidades ingentes de energías y dinero al estudio de la influencia y condicionamiento de las conciencias a través de los medios. […] El objetivo ideal sería convertirnos a todos en apéndices del mercado…”. **

 

En resumen, para empezar a valorar un discurso político que defina nuestro voto, es necesario, tener en cuenta que detrás de cada palabra mencionada, existe una carga ideológica que nos lleva ventaja. Por ello, debemos tener claro cuáles son nuestros intereses como electorado, frente a las propuestas y pretensiones planteadas en una alocución política. No se trata de sólo prestar oídos al contenido más acertado, elocuente o beligerante. Sino más bien, de una confrontación de lo que se oye, frente a lo que espontáneamente intuimos nos conviene como ciudadanía, para el tiempo presente. Para el hoy y ahora, digamos.

 

Fatalmente,  en materia de contenidos políticos,  todavía se validan las fabricaciones manipuladoras. De ahí la lucha por mayores coberturas mediáticas, por la mayor cantidad de tiempo.  El bombardeo de spots políticos, la repetición constante de los slogans y el montaje argumentativo durante las campañas políticas, puede llegar a crear situaciones temporales de realidad paralela o virtual, con respecto a las expectativas y anhelos realizables que tiene el electorado. Suena decepcionante pero, por lo general, consiguen el éxito. Mientras tanto, en el transcurso del próximo periodo de gobierno, el elector,  se preguntará en qué momento volvió a caer en la trampa.   Las  campañas políticas sustentadas con manipulación,  causan estragos en la salud mental del votante.  Originan  primero una suerte de euforia en los ánimos, que pronto se trasfigura en angustia, desolación y desesperanza. Desórdenes en el  comportamiento social que – a la larga o la corta – terminan desencadenando posturas radicales o conductas antisociales.

 

 

 

*Eduardo Catalán. “Alcances sobre la interpretación de los mensajes o la teoría de lo que no se dice” WordPress.com. 2011.https://yactayo.wordpress.com/2011/06/08/alcances-sobre-la-interpretacion-de-los-mensajes-o-la-teoria-de-lo-que-no-se-dice/?iframe=true&theme_preview=true/trackback/    

**  Goebbels Los once principios de la   propaganda. http://www.grijalvo.com/Goebbels/Once_principios_de_la_propaganda.htm

*** Cf. Romano, Vicente: Desarrollo y progreso. Por una ecología de la comunicación, Barcelona 1993.