Alcances sobre la interpretación de los mensajes o la teoría de lo que no se dice


Por: Eduardo Catalán

 

En la dinámica de interpretar lo expresado en un texto, nuestro raciocinio pone en juego una serie de factores individuales y sociales que no sólo afloran de forma simultánea, sino que durante el proceso también escapan de nuestro control;  actuando como juicios de valor mientras leemos. Los que elaboran textos no están exentos del mismo y,  por tal motivo, mucho se les queda en el tintero. Sin embargo, es sorprendente todo lo que puede quedar manifiesto en un escrito, desde la perspectiva de lo que no se menciona.

 

¿Cómo es posible establecer lo que un autor  ha dejado de decir en un escrito, sin llegar a especular de manera irresponsable, con respecto a lo enunciado?

 

Esto  se logra a través de la deconstrucción sincrónica de un texto -sea ficticio o real- y que haya sido planteado dentro de un espacio tiempo formal (cronología), para luego romper la aparente estructuración lógica en la que está basado. De esta manera se puede develar cualquier argumento oculto, intencional o condicionado que esté operando inmerso en el mismo.

 

Para que esto sea posible, tenemos que empezar respondiendo una serie de preguntas  relativas tanto al entorno del autor, como al de los argumentos que maneja. Al mismo tiempo hay que cuestionarse sobre el objeto del mensaje. También establecer desde dónde se habla; qué voz se usa y en qué tono. Por último a quién se dirige y en qué términos.  Cuanto mayor sea el escrutinio,  mejor será el entendimiento.

 

En otras palabras, antes de emitir un juicio de valor respecto a un enunciado debemos empezar por identificar primero el estrato socioeconómico y los criterios ideológicos que maneja el autor. Si bien esta información no figura de manera explícita en todo texto, es posible leerla entre líneas a través de la exposición de argumentos. Del mismo modo debemos identificar la voz, es decir el tono; esto nos ayudará a establecer desde dónde nos habla. Es decir, qué postura asume el autor mientras escribe. Es condescendiente, paternalista, autoritario, fraterno, solidario, etc. Esto tampoco figura de manera expresa, sin embargo también se puede traslucir del texto.

 

Una vez identificado el que habla o de quién se trata el emisor, pasaremos al mensaje expreso. No sin antes establecer a quién se dirige y qué terminología utiliza. También podemos -si nos es posible-, determinar qué grupos se expresan como él y cuáles son sus intereses. Las reiteraciones, el abuso de lugares comunes, la extensión argumentativa, la dramatización,  la condescendencia, etc. Evidencian también las intenciones detrás de los argumentos. Es decir que, paralelamente a un texto nos enfrentamos a un cúmulo de información que  el mismo escrito sugiere, sin necesidad de que figure expresamente en él y que es necesario tener en cuenta antes de emitir nuestra opinión acerca de algo.  Toda esta información y alguna otra más que sugiera la intuición –por más descabelladas que parezcan- se desprenden del texto y pertenece a todo lo que el autor no dice.          

 

A simple vista, parecieran estar siempre de acuerdo y en armonía tanto los factores explícitos como los implícitos en los argumentos que apelan a la razón o los que revelan hechos comprobables o  de los que hacen denuncia o también de los que plantean soluciones inmediatas extendiendo información especializada. Sin embargo, el significado real de un texto estará sujeto siempre, más a lo que connota que a lo que denota. Inclusive, los postulados científico-matemáticos encierran detrás de sus enunciados una mecánica laboriosa, que si no somos entendidos en la materia, muchas veces ni comprendemos.

 

Lo mismo sucede con los textos densos que orbitan alrededor de conceptos generales y cuya intención al ser elaborados está sesgada más por elementos de reconocimiento, exhibición y narcisismo, que por el hecho de revelar información útil, apelando al entendimiento. Por suerte, nuestra capacidad eurística nos permite asociar ciertos detalles dentro de cualquier texto  y vincularlos con la propia experiencia, para emitir una opinión y salir airosos sin tener que confrontar nuestra ignorancia en determinadas áreas. Sin embargo esta capacidad intuitiva, con frecuencia nos juega malas pasadas y terminamos convenciéndonos que -eso que hemos entendido- es precisamente lo que un texto dice o trata de decir.

 

Identificación, mimetismo, reconocimiento, simpatías, afinidades, intereses creados, frustraciones, competencia, antagonismos, y cualquier otro fin ulterior alojado en el complicado universo individual del raciocinio son los elementos que se anteponen, cuando elaboramos un juicio de valor. Los prejuicios, los condicionamientos psicológicos, las diferencias de clase, las económicas, las políticas, las ideológicas, las religiosas, las culturales y las distancias geográficas determinan las prioridades y el orden en que estos factores actúan al momento de la dinámica del entendimiento.  Tampoco es del desconocimiento de los que emiten mensajes, la forma en la que el público responde. Por ello, sus estrategias están también elaboradas en función a estos elementos. Es a este referente al  que comúnmente apelan los medios cuando afirman que su programación y contenido se basa de manera “exclusiva” en lo que la gente pide.

 

Es indiscutible que la industria mediática identifica nuestras “necesidades” como público; tanto como, que nos tiene a expensa suya. Dado  que, en la mayoría de los casos desconocemos sus intenciones con respecto a nuestras respuestas y terminamos convertidos en marionetas de sus propósitos. Esta situación resulta asimétrica y de una reciprocidad unilateral; no promueve respuestas o comportamientos que apelen a la razón sino, más bien, a las pulsiones del deseo para sublimar las expectativas de satisfacción.

 

 Aunque parezca mentira, mucho de lo que creemos ser, nos lo ha sido impuesto de esta manera. Gran parte de nuestras opiniones no nos pertenecen y sólo son producto del medio que consumimos; ya sea porque nos identificamos con él o es el que está de moda o el que maneja la verdad, tal y como ellos quieren que la entendamos.  También, porque es el medio que mejor expresa nuestras ideas políticas, sociales, económicas o religiosas. Cabe resaltar que, por nuestra condición de seres comunes y corrientes o por la de ser sólo ciudadanos de a pie o  por el hecho de pertenecer a la muestra anónima de un público vasto, heterogéneo y geográficamente disperso; estamos desprotegidos frente al bombardeo indiscriminado de mensajes, que el poder mediático emite diariamente y cuyo objeto primordial consiste en ganar nuestra Voluntad a su favor. Ya sea para votar, comprar, leer, opinar, creer, conmover, donar, compartir, etc.

 

Frente a esta situación, ¿cuál debe ser nuestra postura cómo público, cómo lector?   ¿Cómo ejercer nuestros Derechos de libre opinión y pensamiento y al mismo tiempo ser miembro o  simpatizante de alguna agrupación política o religiosa,  sin que esto signifique estar alienado o adoctrinado? ¿O con la voluntad hecha pedazos, a expensas de las exigencias del mercado?

 

Para despejar estas interrogantes es necesario adentrarnos en el área de los planteamientos del Estructuralismo, del Decontructivismo y de la Hermenéutica. Por supuesto que, establecer en este momento los conceptos que alrededor de estas disciplinas se manejan, resultaría no sólo extenso e innecesario, sino además pretencioso y narcisista. Dado que, nuestro interés está centrado en encontrar una herramienta práctica para la valoración de los mensajes y no en la exposición teórica del fundamento filosófico de las mismas. 

 

Sin embargo, es posible acercarnos a ellas a través de sus métodos de análisis con respecto a lo que percibimos y a lo que genuinamente debemos entender de cualquier texto o mensaje.  Estas disciplinas intentan universalizar la aplicación de la teoría de lo que no se dice, frente a lo que se enuncia expresamente para acercarnos lo más posible al entendimiento de lo que leemos, oímos o vemos. Paradójicamente, este propósito, se convierte al mismo tiempo en una razón gravitante y suficiente para que los emisores de mensajes desacrediten esta mecánica de análisis entre el común de las personas. Ya que su difusión los llevaría a identificar sus estrategias de persuasión y convencimiento, tanto como poner de manifiesto sus intenciones de grupo.

 

Actualmente nada escapa del análisis del deconstructivismo sincrónico. Desde cualquier producción artística hasta la expresión más simple del pensamiento. Así haya sido planteada con buenas o intenciones ocultas. O provenga del juicio más acertado. Porque los resultados siempre estarán dentro del plano de las motivaciones humanas: la satisfacción de los deseos, el reconocimiento social y la necesidad de afecto. Naturaleza Humana. Desde esta perspectiva, nunca más, en ningún sentido, la producción artística humana será considerada únicamente como una manifestación exclusiva de la búsqueda de la belleza. Sino, más bien, como la expresión  de la complicada interioridad de su autor. De tal manera que, una obra, cuanto mejor expresada será también más bella, tanto como agresiva, ofensiva, manipuladora, aduladora o segmentada por cualquier interés individual.  Por eso muchas obras artísticas encuentran justificación y validez sólo teniendo en cuenta el momento de su producción.

 

Este mismo artículo puede ser re-estructurado  para ser deconstruido sincrónicamente y así poder leer del trasfondo, el estrato social, las motivaciones y propósitos de su autor.  

       

 

 

    

 

 

 

Published in: on junio 8, 2011 at 3:07 pm  Comments (2)  

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  1. woman

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